La ciencia: Impulso para la sociedad de hoy
#VozBiotech | Nos encontramos en un momento clave en la historia de la ciencia. En pocos años está teniendo lugar una confluencia de conocimientos, técnicas y circunstancias que los más optimistas interpretamos como el principio del fin de las enfermedades para las que aún no tenemos respuesta.
PCR, DNA polimerasas, CRISPR, mRNA, Inteligencia Artificial, no hace tanto que forman parte de nuestro acervo popular.
Cuando empezaba mis estudios en la Facultad de Ciencias, sorprendía la noticia de que un tal Kary B. Mullis recibía el Premio Nobel de Química 1993, por la invención en 1985 de una técnica super-revolucionaria en aquel momento…la PCR. Actualmente, todo el mundo usamos el término con naturalidad, y estamos conscientes de lo que la PCR ha supuesto para la detección del malhadado SARS CoV2. Sin embargo, de vuelta a 1993 sólo los del “gremio” nos enteramos de aquello. Sentíamos secreta admiración por ese científico atípico, que alternaba laboratorio con medallas en campeonatos de surf en California. Y sobre todo no entendíamos cómo no se nos había ocurrido al resto antes esa técnica tan sencilla de amplificación de ADN…
Era sólo el principio. En España, en 1989, el grupo de investigación que formó Margarita Salas a su vuelta de Estados Unidos, y del que unos años después formé parte, patentó la DNA polimerasa de ø29. Esa proteína, aislada de un bacteriófago, un virus de poca importancia que ni siquiera infecta a humanos, dio muchas alegrías a la ciencia, ya que tenía unas propiedades especialmente ventajosas para la amplificación de ADN. También dio muchas alegrías a los inventores y al CSIC, gracias a los royalties que generó la correspondiente licencia a Amersham Biosciences. La capacidad para amplificar material genético abría las puertas a futuros progresos.
Alrededor del año 2.000, otro español, Francis Mojica, acuñó el término “CRISPR” para denominar unas secuencias repetidas cortas y regularmente espaciadas que había identificado inicialmente en el genoma de bacterias de las salinas. ¿Qué sentido tenían aquellas secuencias? Se trataba de secuencias que no eran de la propia bacteria, sino que procedían de virus que infectaban o intentaban infectarla. Era un sistema de inmunidad muy sofisticado que consistía en que, para detectar cualquier futuro intento de infección por parte de un virus, el microorganismo susceptible de ataque integraba en su genoma secuencias repetidas del genoma del virus atacante, de modo que pudiera identificar futuras agresiones, y aniquilarlas gracias a un sistema de genes asociados CAS.
Este descubrimiento inicial fue el origen de un “boom” de investigaciones que culminaron con la concesión del Premio Nobel de Química 2020 a Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna por demostrar que CRISPR se puede aplicar a todo tipo de organismos. Y con una guerra de patentes que aún se está librando.
El caso es que disponemos de una “tijeras moleculares CRISPR/Cas9”, también llamadas “corta & pega”, con que se puede modificar el ADN de animales, plantas y microorganismos con una precisión altísima.
El potencial de esta herramienta es revolucionario para el desarrollo de nuevas terapias contra el cáncer y curación de enfermedades hereditarias. Como también lo es el del mRNA, que se ha popularizado a raíz de las vacunas frente al SARS-CoV2.
A muchos resultará familiar el matrimonio de Özlem Türeci y Uğur Şahin, médicos cofundadores de la empresa BioNTech. Cuando estalló la pandemia de la COVID-19, Türeci y Şahin se encontraban trabajando en una vacuna contra el cáncer basada en ARN mensajero (mRNA). Dadas las circunstancias, aparcaron esa investigación temporalmente, para desarrollar en tiempo récord en asociación con Pfizer, la primera vacuna mRNA de la historia.
Pues bien, de vuelta a su investigación inicial, los investigadores afirman que podríamos disponer de vacunas personalizadas de mRNA contra el cáncer en la próxima década. Otras grandes farmacéuticas como Moderna, están haciendo grandes esfuerzos en este mismo sentido.
Ante la ausencia de enfermedad, la alternativa es la senescencia. Y también la ciencia está progresando en ese campo para ofrecernos respuesta. Y también ahí el “orgullo patrio”, con figuras como la de María Blasco, actualmente Directora del CNIO, y que en su trayectoria incluye haber identificado el gen esencial de la telomerasa durante su estancia en el laboratorio de Cold Spring Harbor dirigido por Carol W. Greider (Premio Nobel de Medicina en 2009, junto con Elizabeth Blackburn y Jack Szostak).
Por si fuera poco, en este escenario tan puntero, ha llegado la Inteligencia Artificial para quedarse. Para complementar la labor humana y permitirnos avanzar aún más rápido. No hay tiempo que perder.
En pocos años, muchos avances, y que sientan los cimientos de los definitivos. El horizonte se acerca…podemos decir que el futuro ya está aquí…